Románico en Huesca

Casa Estarrún

28 mayo 2018

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Santa María de Iguácel

Llevábamos poco tiempo viviendo en el Pirineo. Probablemente menos de tres meses, en un pequeño apartamento en Villanúa, mientras poníamos en marcha nuestro proyecto conjunto de creación de Casa Estarrún. Hace ya más de una década de esa tarde de finales de octubre, si no me falla la memoria, en la que decidimos acercarnos a conocer la ermita de Santa María de Iguácel. Según nos aproximábamos con el coche nos sorprendió el paisaje, tan fantasmático, de La Garcipollera, y al llegar al emplazamiento del templo nos sorprendió aún más su imponente traza, casi naval.

Un día de otoño, entre semana, sólo podíamos hallarnos solos en aquel lugar, por lo que la aparición de Julio Jiménez Betrán, “don Julio”, no pudo ser sino providencial. Vecino de la despoblada Villanovilla, y celoso sacristán de la iglesia, en esa breve horquilla de tiempo que compartimos aquel día no sólo tuvo la generosidad de abrirnos las puertas del recinto para que admiráramos su belleza secreta, sino que supo insuflarnos cumplidamente su amor por esta ermita. Descanse en paz la bella persona que fue don Julio, en cuyo recuerdo escribimos hoy estas líneas.

Contexto histórico

Y es que la iglesia de Santa María de Iguácel, datada en el siglo XI y declarada “Bien de Interés Cultural” en 1990, es una de las joyas del arte románico que se encuentra en la zona, concretamente en el valle de la Garcipollera, al que se accede desde la carretera (N-330) que comunica Jaca con Canfranc Estación y las pistas de esquí de Candanchú y Astún (a la altura de Castiello de Jaca, de donde sale una pista forestal).

Presenta la particularidad de ser uno de los templos románicos mejor conservados de los valles pirenaicos aragoneses (el cual puede contemplarse en el mismo estado que presentaba originalmente, a excepción de la torre que se le añadió en el siglo XII), así como de ser la única iglesia de nuestro entorno que conserva los frescos del altar mayor in situ, para absoluto deleite del visitante.

Mucho hay que decir, sobre ambos extremos, respecto al protagonismo que en este excelente estado de conservación tuvieron los habitantes de La Garcipollera, cuya devoción al templo y a su Virgen impidió que este cayera en el abandono y que sus pinturas sucumbieran a los estragos de las humedades que lo acometían. También hay que hacer mención del encomiable trabajo desempeñado por la Asociación Sancho Ramírez en lo tocante a su restauración, finalizada en 1982. De hecho, esta entrada pretende ser un compendio de la información proporcionada por tal asociación en la publicación relativa a este templo que vio la luz en el año 1996, la cual se inspiró en las publicaciones anteriores más relevantes.

Para contextualizarla históricamente hay que hacer mención de que la mandaron reformar hasta adquirir su aspecto actual el conde Sancho Galíndez y su esposa Urraca bajo el reinado de Sancho Ramírez, del cual dicho conde fue su preceptor. Hablamos de un templo edificado en torno a 1072, lo cual lo sitúa en los albores de la historia del reino de Aragón, que fue fundado por Ramiro I (padre de Sancho Ramírez) en el año 1035 y que entonces conformaba los territorios aledaños del río Aragón. Sancho Ramírez emanciparía al reino de Aragón de la tutela del reino de Navarra al convertirlo en feudatario de la Santa Sede, y ello y la posterior anexión del reino de Pamplona al de Aragón enriquecería sustancialmente el territorio original. En 1077 la capital del reino de Aragón fue asignada a Jaca, que adquiriría un Fuero con derechos y deberes específicos para sus habitantes.

Desde comienzos del siglo XI y hasta mediados del XII se desarrolló por toda la Europa occidental el arte románico en sus diversas manifestaciones, y en la zona en la que nos encontramos el Camino de Santiago vertebró la construcción de templos tan significativos para este estilo como la Catedral de Jaca, el monasterio de San Juan de la Peña o las iglesias de Santa María de Iguácel y San Adrián de Sasabe, además de extender la cronología del Románico hasta mediados del siglo XIII. Este dato es importante tenerlo presente al observar Santa María de Iguácel por primera vez, dados sus importantes paralelismos (aunque a una escala menor) con la Catedral de Jaca, edificada en la misma época.

El templo y las pinturas murales

En el templo del que nos ocupamos pueden verse representadas dos etapas constructivas, una más cercana al primer Románico, o “primitivo”, que la caracteriza arquitectónicamente, y otra de carácter más ornamental y emparejada con el Románico “pleno” (también conocido como “francés” o”jaqués”), representada en sus elementos decorativos.

Si consideramos la orientación de la edificación, debemos reparar en que, siguiendo la tradición románica, el ábside del templo (lugar donde se encuentra el altar mayor) está orientado al Este, por donde sale el sol, estableciéndose el paralelismo entre la luz que genera la vida y el mensaje universal de Cristo.

En la fachada occidental se halla la portada principal por la que se accede a la iglesia, la cual consta de un trabajo decorativo bastante refinado, en el que destaca uno de los primeros ejemplos de empleo de capiteles corintios en el arte románico español. En dos de ellos, los que sujetan las columnas, los estudiosos han identificado dos escenas contrapuestas simbólicamente: Daniel en el foso de los leones (arquetipo del buen cristiano, y encarnación del triunfo del bien sobre el mal; escena asimismo representada en la portada principal de la Catedral de Jaca), y la figura del avaro (encarnación del mal cristiano, que contraviene el ideal de pobreza cristiano y se  pierde por ello), condenada y hostigada por unas figuras diabólicas.

Precedidos por esta simbología espiritual, en el interior nos encontramos con una edificación sobria, de una única nave, aunque de altura considerable, y con escasas y pequeñas ventanas que procuran una sensación de recogimiento. Llama también la atención el suelo de la iglesia, labrado de cantos rodados y formando un dibujo circular frente al presbiterio (la zona que precede al ábside).

Con todo, al caminar por la nave hacia el ábside resultaremos gratamente sorprendidos, si no impresionados, por las pinturas góticas (s. XV) que lo decoran, pese a haber sido conservadas sólo fragmentariamente. Y es que, además de la belleza de su policromía y de sus motivos, son uno de los escasos ejemplos de pintura mural del periodo (sobresaliente, en Aragón, por la cantidad y calidad de sus manifestaciones artísticas, sobre todo en la pintura sobre tabla), conservadas además in situ. Cabe destacar que las pinturas que hoy observamos fueron cubiertas por varias capas de cal y sólo las labores de restauración realizadas en la tardía fecha de 1989 consiguieron restituirlas para nuestro disfrute, ignorándose si existían pinturas en otras partes del templo. Se trata, asimismo, de una obra anónima, pues desconocemos el nombre del autor o autores que la ejecutaron, lo que era bastante común, en lo relativo a la pintura mural, en este periodo.

Las pinturas se dividen en tres registros horizontales, estando dedicada la franja central a la vida de la Virgen, y destacándose en el centro la naif imagen de la Virgen de la Buena Leche (ya que su pecho asoma a la altura del cuello), amamantando al niño Jesús (representación muy valorada a lo largo de toda la Edad Media, hasta su prohibición por el Concilio de Trento, finalizado en 1563); a su izquierda se representa la Anunciación y a su derecha el Nacimiento de Jesús en Belén, así como la Adoración de los Reyes Magos en el extremo derecho.

En el registro inferior aparecen algunas de las figuras de los Apóstoles, y en el registro superior, el más deteriorado, el Calvario de Cristo.

Si el templo se visita el segundo domingo de julio, en el que se celebra la tradicional Romería a la ermita, será posible, asimismo, contemplar en su interior la espléndida talla románica de la Virgen Madre sedente (s. XII), que durante el resto del año descansa en el Museo Diocesano de Jaca. Se desconoce quién realizó esta talla en madera de la Virgen de Santa María de Iguácel, pero parece que se trataría de un artesano ligado a la escuela navarro-aragonesa de imaginería mariana, muy viva a lo largo de la Edad Media, e igualmente en los templos del Pirineo. La Virgen es representada como Trono de la Sabiduría y por ello sostiene en la mano una esfera roja que simboliza su poder como mediadora entre Dios y el ser humano. El Niño, que reposa en sus rodillas, porta en una de sus manos la Biblia.

En el Museo Diocesano de Jaca, al que dedicaremos otra entrada de nuestro Blog, se podrán contemplar también el frontal que embellecía el altar mayor, con algunas representaciones atípicas de la vida de la Virgen (como el repudio de José o el momento posterior al parto, atendido por dos comadronas), y la reja que separaba el ábside y el presbiterio del resto del espacio del templo, la cual parece ser una de las rejas románicas más antiguas de nuestro país.

No merecía el valle de la Garcipollera, integrado por los municipios de Bescós de la Garcipollera (constituido por Bescós, Yosa y Bergosa) y Acín (formado por Acín, Villanovilla y Larrosa), sufrir el éxodo masivo de su población a raíz del plan de repoblación forestal que en 1955 fue implementado a la fuerza desde el Estado, comprando prácticamente todas las tierras del valle. No lo merecía, como no se merecen los Pirineos, el agro en general, padecer la desertización poblacional que es el pan nuestro de cada día. Pero sus habitantes nunca acabaron de marcharse del valle ni de su ermita y hoy Iguácel ha salido victoriosa de su abandono.

Santa María de Iguácel

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